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En Angustia, la trama, escrita por el propio director Juan José Bigas Luna, sobre un médico traumado que vive apartado en un solitario caserón con su perturbada madre, quien le domina e impulsa a cometer horrendos crímenes y convertirse en un serial killer, no es más que un subterfugio fantaterrorífico para plantearnos una empresa de mayor calado: el cine como fenómeno expresivo capaz de influir en el espectador y el de la tercera dimensión existente, pues contemplamos unos espectadores viendo una película y como ésta influye en ellos, y nosotros los terceros en liza, que lo vemos. Si encima, tienes la oportunidad de ver la película en una sala de cine, el efecto promete ser del todo inquietante.

Para 1987, Bigas, un agitador nato, ¿alguien le llamó el Lynch hispano?, ya había hecho varias incursiones en el Género: Bilbao y Caniche (1978), primeros turbios thrillers, y luego, en su etapa americana, Renacer (1981), como el film que comentamos, para ya en los 90 decantarse por una gastronomía diferente, sus títulos Jamón, Jamón, Huevos de oro, La teta y ..., que no pertenecen precisamente al subgénero fantástico de la Nueva Carne,  aunque menos interesantes, más lucrativos comercialmente.

Vaya por delante que esta trama del Cine dentro del cine que plantea Bigas en Angustia, tiene un cierto tufillo a un thriller anterior, El héroe anda suelto –Targets (Peter Bogdanovich, 1968)-, pero resulta superior a ese infumable  italo-horror, contemporáneo suyo, Demons (Bava Jr., 1986), o el fantástico USA Matinee (Joe Dante, 1992).

En vías de cumplir 20 años, veamos como resiste el análisis, sin descontar que en su momento causara una sensación bien ganada, con una producción de look absolutamente yanqui, si bien imperativos técnicos impidieran finalmente el rodaje en USA y se hizo en la misma Barcelona, y siendo el elenco actoral principalmente forastero, la peli pudo codearse con lindezas del tipo Viernes 13, Halloweens o Elm Streets al uso, con el omnipresente killer-on-the-loose desatado. Pero el film tiene un valor añadido adicional. Planteada como una historia de tintes góticos, la relación se centra en un joven médico-oftalmólogo, John, interpretado por Michael Lerner, y su posesiva madre, trabajo de Zelda Rubinstein, que viven rodeados de pájaros y diversa fauna agreste, que dan pie a la introducción de planos de corte surreal marca de la casa -una paloma queda atrapada entre la pared y una armario, siendo rescatada horadando el fondo del mismo con un bisturí (¿presagio de lo que vendrá?), el caracol abalanzándose sobre la paloma-, da paso a escenas de consulta pues el hijo es un tímido cirujano ocular, (primera referencia visual: el cine es visión) con un talante más moderno, digamos un estilo La naranja mecánica. A la madre le va el rollo hipnótico (segunda referencia visual: el cine como proceso hipnótico, la pantalla suplanta la realidad cotidiana) y pérfida ella, empuja a su hijo al coleccionismo de globos oculares, iniciándose con una cliente insatisfecha, para luego, el gran guiñol, vérselas con la concurrencia de un cine nocturno, el Roxy, que contempla ensimismado una vieja peli de dinosaurios –El mundo perdido (The lost world, 1925)-, mas aquí no veo referencias ocultas. Hasta aquí la peli transcurre bien, gore lo justo, aunque visualmente atractivo, valga la redundancia, y hacia el primer tercio del metraje descubrimos que la peli que estamos viendo se está proyectando en la pantalla de otro cine, el Rex (¿alguien habló de dinosaurios?), donde un par de adolescentes ven lo que hemos referido. Poco a poco la escena se va ampliando al resto de la concurrencia del cine, mostrándose los diferentes efectos, repulsión claro, que la peli que estamos contando está causando en el público. No revelaremos el móvil que ata ambas películas, la del mad-doctor ensañándose con el personal del cine Roxy y la madre que le parió, y el de el cine Rex espectador donde también hay asesino encerrado, o sino que se lo pregunten a las estomagantes jovencitas, a cada momento más fuera de sí, el caso es que, y es el gran hallazgo formal del film, con las consecuencias visuales que se derivan,  nos encontramos, nosotros, viendo 2 películas en dos cines diferentes, el Roxy y el Rex, con dos asesinos haciendo de las suyas. Por un momento, la banda sonora del film aparentemente real, bastante parca por lo demás, es la propia peli que los espectadores están viendo, y como hay planos de la peli ficticia, la de dinosaurios, que ocupa toda la pantalla, que es lo que ven los espectadores del otro cine, y el de éste, nos encontramos magníficos instantes donde los espectadores de ambos cines están/estamos viendo la misma película. El destino, o lo que la dichosa hipnosis quiera, parece impulsar a ambos asesinos al misma final con lo que ambas películas se van solapando convergiendo mágicamente en el tramo final. Hay una muletilla horrorífica en los últimos minutos que sobra. Aunque no ensombrece atmosféricos y grandes detalles como los apuntados y otros. El del film que observan los espectadores de la película, de tono casposo, en la puesta en escena del propio cine, sus dependientas y habitantes, detalles que subrayan la dualidad de ambas dimensiones: el cine nocturno donde atenta John, contra el pleno día reinante fuera del cine de la otra película, que en definitiva es la misma, la oscuridad del cine contra la realidad luminosa.

Frente a estos logros innatos de ruptura dimensional, encontramos varios peros. Uno, si bien en la actualidad las bondades del gore que sufren en sus propias carnes los clientes del cine Roxy que tanto parecen epatar a los ochenteros espectadores del Cine Rex, están harto superados como para hacerlo a nosotros, lo cual pone en tela de juicio su acalorada reacción, el problema, dos, es más la falta de ritmo que se deriva del estiramiento innecesario de las escenas en los interiores de ambos cines, en el patio de butacas o en los WC donde el asesino almacena a sus víctimas, pues si bien los logros visuales que ya se han ensalzado son innegables, nos tememos que dichas ideas, el verdadero concepto del film, hubiera quedado suficientemente plasmadas en un mediometraje o menos, a falta de otras propuestas, pero ocurre que el alargamiento de las escenas acaba lastrando el resultado a pesar de los logros conseguidos.

En nuestra retina permanecen, no obstante, este notable discurso sobre la capacidad de sugestión que tiene el cine en el espectador, y la ruptura de la división ficción-realidad que nos involucra a nosotros como espectadores, lo que queda, de nuevo, puesto de relieve al final del film cuando asistimos a como la gente abandona la sala de cine sobre los títulos de crédito de la propia película que vemos proyectados en la sala.


Calificación: 6.

Metemani , septiembre de 2004.

 

 



 

 



 

 


 



 

 


 


 


 

 

 

 

 




 

 

 

 


 

 

 


 

 

 





 

 





 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 



 

 

 


 

 

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