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OTRO VERANO
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J orge Arenillas, cortometrajista, realizador de series de tv y guionista (Adivina quién soy –Enrique Urbizu, 2006–; Invasor –Daniel Calparsoro, 2012–), produce, dirige y co-escribe el guión de su debut en el largometraje, Otro verano (2012), que ha tenido un amplio recorrido por festivales genéricos como el Fant de Bilbao, el primer Nocturna madrileño o el Fantasporto, entre otros, pero una distribución muy limitada.

Esta opera prima es una película pequeña, acorde con una modesta producción, de reducida nómina de personajes, que incluyendo a la pareja protagonista, puede contarse con los dedos de una mano; a destacar por lo anecdótico la esquiva presencia de un jardinero, a quien da vida su colega Enrique Urbizu. Es como un corto largo; la película, aunque no se dilata en demasía, pues sigue el estándar B de la hora y media, y no pierde en ningún momento su interés, deja el sabor de una peli de tesis que bien podría haberse plasmado en un mediometraje.

La trama es básicamente un flashback, contenido entre dos despertares del protagonista Cano (Pablo Chiapella), que, aun somnoliento, invoca el personaje de Sara (Ángela Villar). Ambos momentos tienen lugar idénticos al comienzo y en los últimos instantes de la cinta, delimitando un recorrido cerrado, circular, como de prisión, que abandona Cano en los últimos segundos del metraje cerrando el itinerario que ha cubierto desde su llegada a una casa apartada.

El guión, co-escrito con Juan Manuel Cuerda, se plantea como las cáscaras de una cebolla, porque va descendiendo hasta el posible núcleo de la verdad que persigue Cano: desentrañar el misterio del paradero y/o desaparición de su pareja Sara. De esta forma, el transcurso del metraje nos va deslavazando capas sin aparente orden interno, como avances y rebobinados de una cinta en nuestro alocado reproductor. Puede buscarse cierto discurso metanarrativo en una trama que entremezcla realidad, las secuencias de la soledad de Cano donde da rienda suelta a sus fantasías sobre Sara, y, excepcionalmente, la aparición de Lucía (Verónica Perona), la empleada del supermercado cercano, y, en paralelo, la irrealidad de sus recuerdos acerca de Sara, que pervierten continuamente la realidad, haciéndose omnipresentes en la trama.

La puesta en escena es sobria y sin estridencias, pese a que en algún momento, parece sugerir el toque gótico, que se apuntaría en las secuencias nocturnas por el interior y aledaños de una casa solariega. Pero ese onirismo queda amortiguado una y otra vez por la omnipresente claridad del día, amplificada por el paisaje estival, que parece apisonar la irrealidad de la vigilia o los recuerdos de Cano. Es, de nuevo, otro contraste; parece como si el guión nos invitara constantemente a la duda. También se permite una cierta idealización en las escenas amorosas como aquella que ocurre en el césped junto a la piscina o en el interior de la casa frente al fuego de la chimenea porque la peli es un thriller dramático con toques fantásticos pero también late en ella una historia de amor, aunque reprimido o recordado, y aquí, buscaremos, si se me permite, una referencia hereditaria a la madre de todas las películas de amor fou que es ‘De entre los muertos’ (Vértigo -Alfred Hitchcock, 1958-), en lo que a la repetición, bordeando lo masoquista, de escenarios, situaciones, y, hasta vestidos, en el caso que nos ocupa, en salto de cama, de la amada en la mente del ciego amante.

El filme no se permite el mínimo buceo en otros géneros como la comedia, como para suavizar la tensión reinante, si acaso meros atisbos como la escena en el supermercado o la partida de ping-pong entre los amantes, que es más un aserto naturalista anticlimático del tono dramático o idílico, según se mire, de la cinta.

Y la película de Arenillas comienza a ensancharse conforme comienzan a pasar los minutos tras el fundido en negro final. Y, a pesar de que un cierto, inmisericorde y siniestro desenlace se dilucida en nuestra mente, no dejan de asaltarnos otras posibles interpretaciones para cerrar esta ciega búsqueda de Sara por parte de Cano. Esa amplitud de miras dentro de la locura de Cano, de esa aparente claustrofobia del encierro en la casa, escenario monopolizador de la trama, hasta el punto de erigirse en un protagonista más, es precisamente la mayor grandeza del debut de Jorge Arenillas.

Calificación: 6,5 (sobre 10).

 

Fox Rodríguez, 7 de octubre de 2013.

 
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