MIENTRAS DUERMES
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Comenzamos a saber de la quinta película de género que dirigiría en solitario Jaume Balagueró (Lérida, 1968) allá por mayo de 2009 cuando la productora Filmax de Julio Fernández presentó en Cannes un proyecto de largometraje que se titularía ‘Flatmate’, un thriller de terror ambientado en Nueva York, escrito por Alberto Marini (Turin, 1972), productor y guionista -Romasanta (Paco Plaza, 2004)- habitual de la casa, a partir de cuyo guión ha escrito su primera novela homónima, y que en 2006 ya había firmado la trama de la anterior película de Balagueró, la tv movie ‘Para entrar a vivir’.

La versión definitiva ha rehuido esa aludida prevista localización extranjera, como en sus anteriores y menos interesantes filmes, ‘Darkness’ (2002) y ‘Frágiles’ (2005), y sitúa la acción en un marco más cercano, un edificio del centro de Barcelona, territorio habitual de trabajo de su cine más reciente, además de la mencionada película para Telecinco, otras dos dirigidas al alimón con su colega de escudería Paco Plaza para la saga REC –REC (2007) y REC 2 (2009)-.

Ese edificio, un personaje más de la película, con su ascensor, sótanos y recovecos, es el hábitat natural del omnipresente César (notable Luis Tosar), el portero de la finca, un tipo infeliz, de pasado luctuoso, pues sus empleos anteriores no parecen durarle mucho, con tendencias suicidas y amante de pasearse por las cornisas decidiendo el momento de saltar al vacío, cuyo leitmotiv es hacer sufrir a las personas que parecen ser más felices que él. En particular, cuatro personajes, en orden de felicidad-infelicidad: 1) la vecina guapa, Clara (Marta Etura), objeto de sus más bajos instintos, 2) la vecina semiadolescente, enterada de sus fechorías, que le chantajea, 3) el tocapelotas presidente de la Comunidad, que se lo quiere cargar a toda costa, y, 4) su progenitora, postrada y entubada en una cama de hospital, a quien César visita para contarle la evolución de sus fechorías, suerte de monólogo que sirve para que nos demos cuenta de la categoría moral del personaje.

El núcleo de la peli, que discurre en escenarios básicamente nocturnos, pues el cobijo de la noche es el territorio preferido de nuestro protagonista, es la evolución de la dialéctica víctima-hostigador que se establece entre esa vecina caperucita, Clara, y ese lobo con piel de cordero, Cesar, incansable y pertinaz acosador, y como la relación entre ambos, planteada como una posible ecuación de amor imposible, bella-bestia, sazonada por la relación epistolar, que permite vislumbrar un cierto romanticismo en ese sustrato literario elegido por el tarado César, se despeja hacia una relación enfermiza sin atisbo de redención que conduce a la aniquilación de la víctima. Así, César liquida al novio de Clara, en una de las secuencias más memorables de la cinta, aunque aséptica, sin truculencias; el infortunado amante que descubre la tostada perece desangrado en la bañera del piso de Clara. César acaba con él cual animal que pugna en su medio y combate a su enemigo natural; administra parecido remedio al pobre can de una vieja vecina solitaria y asusta para que vuelvan al redil a la aspirante a monstruo, la competente niña Úrsula, y laissez-faire con el viejo vecino, encarnado por un temible Carlos Lasarte, tan infeliz como él.

Esta obra de madurez de Balagueró, que renuncia casi por completo a matices abiertamente terroríficos como a toda parafernalia efectista, es un psycho-thriller de profundidad subjetiva, que retoma las expectativas de su interesante opera prima ‘Los sin nombre’ (1999), en mi opinión no corroboradas por sus impersonales obras sucesivas, y es un eficaz y percutiente ejercicio fílmico de descenso a los avernos del mal como enfermizo escenario en que se debate la fatalidad del destino humano.

Calificación: 6,5 (sobre 10).

David Linck, abril de 2012.